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  • Foto del escritorJesús Ibarra

Mi papá, el ingeniero Jesús Ibarra Vergara (1939-2021)

Actualizado: 19 may 2021




Mi papá, Jesús Ibarra Vergara, nació a las tres de la mañana del 20 de mayo de 1939, en la casa número 328 de la calle de Hamburgo, en la Ciudad de México, hijo del ingeniero Jesús Ibarra Ruiz y de la señora Emma Vergara Cravioto. Fue bautizado como José Jesús (Jesús por su papá y José por su abuelo materno) el 12 de agosto del mismo año, por el Presbítero Donaciano Vidales, en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, en la calle Roma de la Colonia Juárez. Sus padrinos fueron el señor Agustín Trutier y su esposa la señora Concepción Ibarra de Trutier (la tía Concha), hermana de mi bisabuelo, Jesús Ibarra Velarde. Mi papá fue el cuarto Jesús Ibarra de la familia (el primero, el tatarabuelo Jesús Ibarra y León; el segundo, el bisabuelo Jesús Ibarra Velarde; el tercero, mi abuelo Jesús Ibarra Ruiz y el cuarto mi papá; el quinto soy yo).




Su primera sonrisa fue para su mamá, a los 15 días de nacido y a los tres meses y medio, ya se reía mucho con su papá. Los primeros zapatitos que usó, los tejió mi abuela Emma.

Los recuerdos que mi papá tenía de su niñez, se remitían a la casa de sus abuelos paternos, en la casa de Mérida 10, en la colonia Roma:


“Ahí nos juntábamos todos los domingos. Todos los niños jugábamos y echábamos relajo. Recuerdo que llegaba un señor que vendía dulces mexicanos y nos acabábamos toda su mercancía. Después de la comida nos íbamos a visitar a mi abuelito materno, Papá Pepe, y a su esposa Mamá Lolita, que vivían en la calle de Julio Verne, en Polanco. Así era todos los domingos, hasta que murió mi abuelita Clementina, en 1952, de ahí se pasó la comida a casa de mis papás, en Las Lomas, en la calle de Sierra Ventana. Recuerdo que mi abuelo (Jesús) estaba enfermos de asma, le gustaba mucho ópera, ponía discos de ópera y se ponía a tararear.”









Mi papá, arriba izquierda, con su mamá, mi abuela Emma, y sus hermanos, Jorge (arriba derecha), Beto (abajo izquierda), Lupita y su primo Eduardo).



Mi abuelo Jesús, con mi papá (arriba derecha), Beto (izquierda), Jorge (abajo y Carlos (en sus piernas)


Mis abuelos Jesús y Emma tuvieron seis hijos: mi papá, el mayor, después Jorge, nacido en 1941, Alberto, nacido en 1942, Carlos nacido en 1944, Lupita, nacida en 1947 y Javier, en 1952.

El 11 de febrero de 1947, cuando aún no cumplía los ocho años, mi papá hizo su primera comunión, junto con su hermano Jorge y su primo Eduardo Ibarra Colín (hijo del tío Lalo, hermano de mi abuelo y mi padrino de bautismo) en la Iglesia del Sagrado Corazón, en la Colonia Juárez, Ciudad de México. Ofició la misa el RP Donaciano Vidales, el mismo sacerdote que lo había bautizado. El mismo día festejaron los 40 años de casados de mis bisabuelos Jesús y Clementina, cuyo aniversario había sido el día anterior.

Entre los invitados estuvieron los que aparecen en esta foto:




De izquierda a derecha: desconocido, Salvador Espinosa de los Monteros, José Fernández, Ernesto Torres Coto (atrás), Clementina Ibarra Ruiz, Eduardo Ibarra Ruiz (atrás), Carmen Colín de Ibarra, Jesús Ibarra Ruiz (mi abuelo, atrás), Emma Vergara de Ibarra (mi abuela), Malena Vergara Murguía (atrás), Mayú Ibarra Ruiz, Dolores Murguía de Vergara (atrás), Clementina Ruiz de Ibarra (mi bisabuela), Margarita Espinosa de los Monteros Murguía (atrás), Jesús Ibarra Velarde (mi bisabuelo), Mercedes Espinosa de los Monteros Murguía (atrás), Dolores Ibarra Ruiz, Yolanda González de Ibarra, Gonzalo Ibarra Ruiz.

Los niños de izquierda a derecha: Eufemio Licea, Ernesto Ibarra Colín, José Fernández Ibarra (Pepinillo), Carlos Ibarra Vergara, Eduardo Ibarra Colín, Jorge Ibarra Vergara, Alberto Ibarra Vergara, JESÚS IBARRA VERGARA (mi papá), Rubén Vergara Jr., Pedro Torres Coto Murguía, dos niños desconocidos y Luz María Lira


Mi papá (derecha), con su primo Lalo y su hermano Jorge (11 de febrero de 1947)




En 1948, cuando mi papá tenía nueve años, vivían en la calle de Balsas número 93, en la colonia Cuauhtémoc. De esa casa, mi papá recodaba:


“Actualmente se ve chistosa, porque a ambos lados ya construyeron edificio y la casa quedó ahí en medio. Yendo por Tíber, hacia el Circuito Interior, al cruzar por Balsas, que es la última calle, ahí se ve una casita de dos pisos, en medio de edificios.”





Ese año fue trágico para la familia Ibarra Vergara. El martes 28 de septiembre murió don José Vergara, el abuelo materno de mi papá. A la semana siguiente, el miércoles 6 de octubre, mi abuela Emma había salido a la misa de las ocho de la mañana, y Carlos, el cuarto hermano, salió a la calle, en compañía de la muchacha de servicio, quien iba a comprar algo a una tiendita cercana. Accidentalmente, se le soltó a la muchacha de la mano, se atravesó la calle y lo atropelló un coche. Mi papá, de nueve años, corrió hasta la iglesia a buscar a su mamá. Lamentablemente, Carlos falleció. En una semana, mi abuela Emma perdió a su padre y a su hijo.


A mi abuelo le gustaba salir de vacaciones con su familia. Mi papá contaba que:


“Luego llegaba los viernes del trabajo y nos decía ‘Vámonos a Veracruz, ¿no? ¡Háblenle a su tío Lalo! Le hablábamos al tío Lalo, quien de inmediato aceptaba y nos íbamos todos a Veracruz en una camioneta que tenía mi papá. En 1952, durante un viaje que hicimos en coche hasta la frontera, nos avisaron que mi abuelita Clementina se había puesto mal. Ahí venimos de regreso, pero ya no alcanzamos a verla con vida.”


Mi abuelo tenía una finca en Oaxtepec, que se llamaba la Quinta Emma y le encantaba hacer fiestas allá. Esto recordaba mi papá:


“Mi mamá sufría cada vez que a mi papá se le ocurría hacer una fiesta, pues tenía que llevar todo desde México, ya que en ese tiempo Oaxtepec era un pueblo, que ni siquiera tenía las calles pavimentadas, y no se conseguía nada. Había que cruzar todo el pueblito para llegar a donde estaba la Quinta Emma. La casa no era grande, pero tenía mucho terreno. Las gentes del lugar le mandaban regalar a mi mamá cajas de zapote y de mango, con los que ella hacía dulces y lo demás lo regalaba a sus amistades.”



Familias Ibarra, Vergara, Murguía, Espinosa de los Monteros, Torres Coto y Agudelo (familiares de Mamá Lolita, segunda esposa del bisabuelo José Vergara) en la Quinta Emma, en Oaxtepec, propiedad de mis abuelos.


De izquierda a derecha: Clementina Ruiz de Ibarra, Mercedes Núñez de Murguía, María Murguía de Espinosa de los Monteros (sentada), Raquel Murguía de Torres Coto; Jesús Ibarra Ruiz, Clementina Ibarra Ruiz y su esposo Pepe Fernández; Mercedes Espinosa de los Monteros Murguía (con trenzas y niño en brazos), desconocida (atrás), Malena Vergara Murguía, Salvador Espinosa de los Monteros; Dolores Ibarra Ruiz, Emma Vergara Cravioto (con niño en brazos), desconocida (atrás), Dolores Murguía de Vergara; Mayú Ibarra Ruiz, Bertha Vergara Cravioto (atrás), Josefina Murguía de Torres Coto, Josefina Espinosa de los Monteros; Pedro Rocha y Margarita Espinosa de los Monteros. Hombre de corbata (desconocido).

Niños: Josefina Torres Coto Murguía (Chiquis), desconocido, desconocido, Margarita (Güera, monja), desconocido, Raquel Torres Coto Murguía (Cuca), Jesús Ibarra Vergara, Pedro Torres Coto Murguía (sacando la lengua).


Maru Valle (tía Maru) con mi papá en Oaxtepec


Desde niño, mi papá tuvo el gusto por coleccionar cerillos. En nuestra casa de Ciudad Satélite aún están dos copas de cristal enormes, llenas de cajetillas de cerillos de todas partes del mundo. Siendo un jovencito, su hermana Lupita y su amiga María Eugenia Valle (quien después se casaría con mi tío Alberto, hermano de mi papá), decidieron hacerle una travesura y encenderle, uno a uno, todos sus cerillos. Enorme fue el coraje que le hicieron pasar.

Mi tía Lupita recuerda que, en otra ocasión, una amiga de mi abuela Emma, conocida como la Chata Bejarano – que de chata no tenía nada – quien adoraba todo lo mexicano, pidió a mi abuela que alguno de sus hijos fuera chambelán en los quince años de su hija Patty. Mi abuela, apesadumbrada, pues sabía de antemano que ninguno de sus hijos aceptaría, les pidió a Jorge y a Alberto que alguno de ellos le hiciera el favor; ambos se negaron rotundamente. A mi abuelita no le quedó otro remedio que acudir a mi papá.

- Chito (así lo llamaban en la familia, al igual que a mi abuelo), la Chata Bejarano me pidió que fueras chambelán de Patty en su fiesta de quince años.

- No, yo no – respondió mi papá refunfuñando.

- Ay pues es que ya me comprometí – respondió mi abuela con una sonrisa.

Y a mi papá no le quedó más remedio que aceptar. Pero peor aún sería su enojo, cuando le enviaron el traje que debía usar. Debido al gusto por lo mexicano de la Chata, el traje de los chambelanes era precisamente mexicano, con la camisa de manta blanca portando una enorme águila bordada. Y así tuvo que ir mi papá a la fiesta de quince años de Patty Bejarano.



Mi papá, primera fila, tercero de izquierda a derecha, en el Liceo Franco Mexicano.





Mi papá y sus hermanos estudiaron la primaria en el Liceo Franco Mexicano, que estaba primero en la Avenida Melchor Ocampo y después se movió a Polanco. La secundaria la hicieron en el Colegio México y la preparatoria en el CUM (Centro Universitario México). Cuando terminó en 1956, entró a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde mi abuelo impartía las cátedras de Geometría Descriptiva, Topografía y Dibujo. Mi papá tomó clases con él. Durante su periodo universitario sus mejores amigos fueron Fernando Arroyo de Yta y José Piña Garza, amistad que duró para toda la vida. Terminó la carrera en 1961, pero desde 1959, antes de terminar sus estudios, ya estaba trabajando como auxiliar de jefe de oficina de Investigación Vial en el Departamento Técnico de la Dirección General de Proyectos y Laboratorios de la Secretaría de Obras Públicas.


Foto 1: Mi papá, su abuelo Jesús Ibarra Velarde, su hermana Lupita, su padre Jesús Ibarra Ruiz, su hermano Jorge, su hermano Javier y su mamá Emma Vergara de Ibarra

Foto 2: Tres generaciones de Jesús Ibarra: Jesús Ibarra IV, Jesús Ibarra II, Jesús Ibarra III.



Familia Ibarra Vergara: de pie: Alberto, mi abuelo Jesús Ibarra Ruiz, mi papá Jesús Ibarra Vergara, Lupita, Jorge.

Sentados: Javier, mi abuela Emma Vergara de Ibarra.


Por el tiempo en que mi papá estudiaba en la Universidad, la familia Ibarra Vergara ya vivía en la calle de Sierra Ventana 235, en las Lomas de Chapultepec. En 1959, hubo de hacer una pausa en sus estudios, pues tuvieron que operarlo del apéndice. Convaleciente, decidió estudiar inglés mientras se recuperaba totalmente y se inscribió a los cursos que ofrecía el Mexico City Center, que estaba en las calles de San Luis Potosí, en la colonia Roma. Ahí conoció a mi mamá, Sara María Hernández Arellano, quien estudiaba también inglés, antes de entrar a estudiar la carrera de secretaria bilingüe, en la misma escuela.


Mi papá Jesús Ibarra Vergara, mi mamá Sara María Hernández Arellano y mi abuelo Jesús Ibarra Ruiz.


Las primeras cartas entre ambos datan de enero de 1960, cuando mi mamá estaba de vacaciones en Acapulco, en el hotel Los Pericos, del que era gerente su tía Lilia Carrillo.

Para el 8 de junio de 1963, ya habían decidido casarse y ya tenían fecha para la boda. Él, estando en Puebla, en viaje de trabajo, le escribe:

Mi cielo, Sara María Hernández de Ibarra, vas a ser la novia más linda del mundo “26 de octubre”… y menciona a la que esperaban fuera su hija, Alejandra Ibarra Hernández. – pero en lugar de Alejandra nací yo. Y lo que son las cosas, tanto mi hermano Rodrigo, como yo, nos casamos con una “Alejandra”.




Desde 1962, mi papá ya había sido ascendido de puesto y ahora era jefe del Departamento Técnico y su principal actividad era la preparación de la documentación para los concursos de obras de la Secretaría. También estaba elaborando su tesis profesional, que se tituló Consideraciones sobre la Carretera Celaya-Salamanca-Irapuato. Dedicó su tesis de esta manera:

A mis padres Ing. Jesús Ibarra Ruiz; Sra. Emma Vergara de Ibarra

A la memoria de mi abuelito Jesús Ibarra Velarde

A Sarita.

El contenido de la tesis incluía una descripción de las características geométricas de la carretera Celaya-Salamanca-Irapuato; un análisis de la distancia y tiempos de recorrido, un aforo de tránsito, un análisis de los accidentes ocurridos, la capacidad de transito del camino, así como su grado de saturación. Como soluciones a estos problemas proponía una ampliación del camino, para lo cual presentaba un presupuesto, un programa de obra y los procedimientos de construcción. Sus asesores de tesis fueron los ingenieros Rodolfo Félix Valdés, Alfredo Mendizábal Ogarrio, Sergio Salazar Aguilar y Juan Robles García de la Cadena.





Mi papá con mis abuelos, el día de su boda civil


El domingo 13 de octubre de 1963, el diario El Universal publico la siguiente nota:

La boda civil de la señorita Sara María Hernández Arellano con el ingeniero Jesús Ibarra Vergara se efectuó en la noche del último viernes ante la presencia de parientes y amigos de la pareja.

La novia es hija de doña Sara Arellano [la historia del por qué se omite el nombre de mi abuelo materno se puede leer en “En busca de Óscar Mario”] y el novio es hijo del ingeniero Jesús Ibarra Ruiz y de la señora Emma Vergara de Ibarra, quienes invitaron a algunas personas.

La ceremonia familiar se efectuó en un ambiente familiar. Cuando los contrayentes estuvieron listos se presentaron ante el juez del Registro Civil quien inició su cometido con la lectura de la solicitud de enlace que tanto Sara María como Jesús habían formulado días antes.

Posteriormente, el representante de la ley procedió a interrogar a los testigos sobre si era o no de aceptarse la unión civil de los contrayentes. Las personas inquiridas contestaron afirmativamente y ratificaron su palabra a rubricar las actas correspondientes.

Fueron testigos por parte de la novia el doctor Francisco Elizarrarás, la señora Lilia Carrillo, el señor Rafael Rojo y su hijo el señor Rafael Rojo Sánchez. A nombre del novio, fueron testigos del enlace el ingeniero Enrique López Esnaurrízar, el doctor Valentín Molina Célis, el licenciado Eduardo Ibarra Ruiz y el ingeniero Andrés Vergara Murguía.

En fecha próxima se efectuará el matrimonio religioso de la pareja, quienes después de sus nupcias ante la ley, fueron festejados con un brindis, en el que los que los acompañaron, además de las personas mencionadas Dolores Murguía de Vergara, el señor José Vergara y señora, el ingeniero Francisco Valle Berúmen y señora, el doctor Emilio Arellano y señora, entre otras personas.

La boda civil se efectuó en la casa de mis abuelos, que ahora vivían en Gabriel Mancera 749, en la Colonia del Valle.


Galería de fotos de la boda civil de mis papás

Foto 1: Mi papá firmando; foto 2: Mi mamá firmando; 3 mi abuelo Jesús Ibarra Ruiz firmando; 4, Mi abuela Emma Vergara de Ibarra firmando; 5. mi abuela Sara Arellano Juárez firmando; 6. mi papá con su tío el Lic. Eduardo Ibarra Ruiz; 7. Mi papá con su tía Carmen Colín de Ibarra; 8. Mi papá con su tía Lolis Ibarra Ruiz.


Algunos días después de la boda civil, el jueves 24 de octubre, mi papá presentó su examen profesional, en la Facultad de Ingeniería de Ciudad Universitaria, a las seis y media de la tarde. Integró el Jurado, como presidente el ingeniero Esteban Salinas, el ingeniero Federico O’Reilly como primer vocal, el ingeniero Rodolfo Célis como segundo vocal y como segundo vocal, el ingeniero José Luis Arizti.



Cédula y titulo profesional de mi papá


Dos días después, mis papás se casaron por la iglesia, el sábado 26 de octubre, a la una de la tarde, en la iglesia de La Emperatriz de las Américas, en la colonia San José Insurgentes. Les impartió la bendición nupcial el Reverendo Padre José Tejeda S.J. Después hubo una recepción en casa de mi abuela materna, en la calle Providencia número 85, colonia Florida. Después de la recepción, los novios salieron de luna de miel a Nueva Orléans, Washington, Nueva York y Miami.



Su primer hogar fue un departamento en la calle de Luis Carraci, muy cerca del Parque Hundido, a unas cuadras de la Avenida Insurgentes. Viviendo mis papás ahí, nací yo, el 13 de agosto de 1964, en el Hospital Francés, ubicado en la calle Niños Héroes 150, en la Colonia Doctores. Fui el quinto Jesús Ibarra y era el primer nieto por ambos lados, por lo que hubo algarabía general en la familia. Fui bautizado el 10 de octubre del mismo año, en la capilla de la Virgen del Rayo, de la Parroquia de Santo Domingo, en Mixcoac, por el RP José Martínez Cabrera SJ., y mis padrinos fueron, el hermano de mi abuelo, Eduardo Ibarra Ruiz y su esposa Carmen Colín de Ibarra (el tío Lalo y la tía Carmelita).



Mi papá con su primer hijo: Yo


Hacia 1965, mi papá ya había sido ascendido a la Dirección General de Aeropuertos de la misma Secretaría de Obras Públicas, como Jefe de Oficina de Precios Unitarios Especificaciones y Concursos, puesto en el que se mantendría por once años. Por aquel entonces compró un terreno en la incipiente Ciudad Satélite, al norte de la Ciudad de México, dentro del municipio de Naucalpan, Estado de México y decidió empezar a construir. Su amigo José Piña había comprado el terreno adyacente y decidieron construir casas dúplex, gemelas. El proyecto lo realizó mi tío Jorge Ibarra, hermano de mi papá.


Mi papá, en su ofician de la SOP, con el ingeniero Joaquín Ezeta Silva



Credencial de mi papá para comprar en la tienda de la SOP, con beneficios para mi mamá y mi abuelita Emma.



La construcción de Ciudad Satélite había iniciado en 1957. Era una colonia estilo estadounidense que contrastaba con la gran Ciudad de México. Las casas estaban diseñadas en un estilo moderno para la época, con lo que se buscaba que la clase media y alta llegara a vivir ahí para escapar del caótico Distrito Federal. El slogan de venta era “La ciudad dentro de la ciudad”. El proyecto era una idea del licenciado Miguel Alemán, quien quería que el trazo vial fuera por circuitos y calles de un solo sentido y que el tránsito vehicular no fuera interrumpido por cruceros. Esta idea fue llevada a la realidad por el arquitecto Mario Pani, creador de la unidad habitacional de Tlatelolco. Como símbolo de la nueva colonia, se construyeron sobre el Periférico las Torres de Satélite, diseñadas por el arquitecto Luis Barragán. Mucha gente – sobre todo parejas jóvenes, como mis papás – llegaron atraídos por la publicidad de tener todo cerca, sin salir a la Ciudad de México. Nuestra casa estaba en la calle Matías Romero, en el Circuito Diplomáticos. Coincidentemente, el Circuito Ingenieros hay una calle llamada Jesús Ibarra, en honor al abuelo de mi papá.

Con el afán de ahorrar y pagar la construcción de la casa de Satélite, mi abuela Sara ofreció a mis papás que se fueran a vivir a su casa, en Providencia 85, colonia Florida, así es que se mudaron a vivir con ella. La casa de mi abuela era grande, un extenso jardín, un hall y tres recámaras, a lo largo de un estrecho pasillo. La primera era de mi bisabuela Lola, la siguiente de mi abuela Sara y la del fondo era la de mi mamá cuando era soltera, y fue ahí en donde se instalaron mis papás, conmigo, de casi un año de edad. En ese tiempo nació mi hermano Gerardo, el 2 de abril de 1966, también en el Hospital Francés. Sus padrinos de bautizo fueron los hermanos de mi papá, mi tío Jorge y mi tía Lupita.

Esta carta que le escribió mi papá a mi abuela Sara, el 23 de mayo de 1966, cuando ella se fue de viaje a Europa con su cuñada Lilia Carrillo, da una idea de la vida de mis padres en casa de mi abuela:

Señora:

Hoy recibimos su carta, lo cual como siempre nos dio mucho gusto, sobre todo ahora que ya estábamos preocupados, pues ya hacía días que no teníamos noticias, ni el doctor tampoco [se refiere al doctor Francisco Elizarrarás, pareja de mi abuela por casi cuarenta años].

Como le decía en mi carta anterior, Jesusito ya está bien, gracias a Dios [me había yo deshidratado, estuve casi al borde de la muerte, lo que casi obliga a mi abuela a regresar antes de su viaje], así es que no se aflija, ni se preocupe, ya está comiendo como de costumbre y está contento como siempre, jugando con sus “bebas” [me llamaban la atención las modelos rubias que aparecían en las revistas y me gustaba hojearlas] y aprendiendo cada día nuevas palabras y haciendo gimnasia [en el programa de televisión con el profesor Vellanoweth y Evelyn Lapuente], ya lo verá usted a su regreso.

Gerardo está muy bien, sigue muy comelón, está muy grandote y gordo, no lo va a conocer cuando lo vea, sólo dándole la botella se consuela cuando llora.

Su mamá [mi bisabuela Lola] se encuentra bien también, hoy en la tarde salimos con ella, pues le debíamos su regalo de Día de las Madres, porque en esos días fue cuando el Gordo [yo] se puso malito y no se lo pudimos comprar, así es que nos fuimos los cinco al Palacio [de Hierro] a que se lo comprara. Por otro lado, me encargó decirle que le da mucho gusto que se encuentre usted bien y que ella también ya quiere verla nuevamente. También me pide le diga que le escriba usted a Sarita, pues está un poco sentida porque no le ha contestado su carta.

Sarita, a Dios gracias, está bien, aunque se pasa el día batallando sin parar; a veces en las noches se pone tristona, porque la extraña bastante, además de que, como le decía yo antes, está un poco sentida, porque dice que ella no ha recibido ninguna carta suya. Por lo demás está bien. Los sábados su mamá nos ha hecho favor de quedarse un ratito con los niños para poderla sacar, aunque sea a merendar, para que se distraiga un poquita.

Bueno, señora, esperamos todos verla nuevamente muy pronto, avísenos por favor con tiempo el día que regresan y el vuelo en que vengan, para poder ir a esperarla. Reciba todo el cariño de su mamá, hija y nietos.

Jesús

PD. El Gordo se ha ido a pasear todos los sábados con su abuelito “Panyo” [se refería a Pancho, el doctor Elizarrarás, al que por mucho tiempo creía mi abuelo, hasta que descubrí lo contrario]

Saludos a la señora Lilia; hoy en la tarde vino Tomás [hijo de Lilia, primo hermano de mi mamá], a saludar a su abue.


Para 1967 o 1968, la casa de Ciudad Satélite ya estaba lista y nos mudamos. El 30 de marzo de 1969 nació mi hermano Rodrigo, igualmente en el Hospital Francés. Sus padrinos de bautismo fueron uno de los mejores amigos de mi papá, el ingeniero Fernando Arroyo de Ita y su esposa Vicky Sobreira de Arroyo. Así empezamos a crecer.


Mi papá, con sus tres hijos: Rodrigo, Jesús (yo) y Gerardo.



Los fines de semana, mis hermanos y yo la pasábamos en casa de mi abuela Sara, mientras mis papás salían frecuentemente con amigos, Fernando y Vicky o el ingeniero Jaime Zamorano y su esposa Lili. Los domingos iban por nosotros para ir a comer a casa de mis abuelitos Chito y Emma, continuando la tradición de los Ibarra de reunirse los domingos para comer. Mis abuelitos continuaron viviendo por algún tiempo en Gabriel Mancera, después se mudaron a un departamento en la calle de Dallas en la colonia Nápoles, y finalmente se mudaron a otro departamento en Presa Tesoyo 25, colonia Irrigación. Era un pequeño edificio, de dos departamentos, propiedad de mi tía Bertha Vergara, hermana de mi abuela Emma; en el departamento del primer piso vivía mi tío Jorge, el hermano de mi papá, que se había casado con María Elena Lomelín (mi tía Male). Recuerdo que mi abuelita Emma siempre me tenía el comic de Archi y el teleguía se la semana, así como la sección de cine del periódico El Heraldo de México. Recuerdo que Mayú y Lolis, las hermanas de mi abuelo, siempre llegaban con fresas y mi abuelita siempre las acompañaba con helado. Mayú y Lolis eran muy apegadas a la iglesia y pertenecían a la Congregación de la Sagrada Familia, por lo que Lolis siempre pedía colecta entre sus sobrinos. Mi papá, siempre bromista, decía que el dinero recabado era para MIguelito Hernández (o sea para la propia Lolis).

Recuerdo mucho las bromas de mi papá. Si mis hermanos o yo le decíamos:

- Papá, me duele la cabeza. Él respondía: - Señal de que tienes cabeza.

- Papá dime…… y él respondía: - me.

La mamá de la tía Lilia Carrillo (cuñada de mi abuela Sara) se llamaba Justina Rascón. Pasábamos con ellas algunas Navidades y doña Justina era muy mal hablada y contaba chistes colorados. Por eso mi papá le puso “La Abuelita Pecado”.

Otro de sus chistes era que, como mi mamá era a veces muy regañona y exigente con nosotros, él decía que había estudiado en el Mexico City Center “Militar School”.

Como yo siempre decía que no a todo y nunca quería ir a ningún lado, mi papá me decía "contreras" y decía que cuando me muriera iba a ir en el ataúd negando con la cabeza, de un lado a otro.

Una de sus últimas bromas fue cuando le conté que había yo descubierto en mis estudios de genealogía que por parte de su abuela paterna teníamos sangre mulata. Él respondió: “Yo ya no; en la mañana cuando me rasuré, me corté y me salió toda la sangre mulata que tenía”.

Todas las mañanas mi papá nos llevaba a la escuela a los niños Piña – hijos de su amigo José, nuestros vecinos – y a nosotros. Siempre era el último en salir; los Piña y nosotros ya lo esperábamos sentados en el coche. Cuando arrancaba el radio ponía la XEQK la hora del observatorio, la hora de México… quizás para checar que no fuéramos a llegar tarde.



Mi papá en París, 1973

Mi papá y su cámara


En el verano de 1973, mis papás hicieron un viaje a Europa, mientras nosotros nos quedábamos con mi abuela Sara. Otro viaje que hicimos todos fue a Disneylandia, con los Arroyo. Mi hermano Rodrigo la pasó mal pues pensábamos que estaba enfermo de paperas. Él mismo cuenta la anécdota:


“Estuve recordando muchas anécdotas con mi papá y honestamente no sabía por cual decidirme, ¡¡son tantas que tengo con el!! Como cuando siendo niño me cargo durante todo el viaje a Disneylandia pensando que tenía paperas y solamente era ganglios inflamados”


Foto 1, con Gerardo y conmigo; foto 2 con Rodrigo.


Otro viaje familiar fue a San Francisco, en donde vivía mi tía Josefina Rojo, prima hermana de mi mamá…y otro viaje, que para mí fue una pesadilla, por carretera a Texas, en compañía de otro amigo de mi papá, el ingeniero Alberto Baz y su familia. Recuerdo que, a pesar de que tanto mi mamá, como mis hermanos y yo seguíamos estudiando inglés y el único que no seguía estudiando era mi papá, era él el que hablaba con todo el mundo durante los viajes a Estados Unidos y solía decir: “Y para esto pago las clases de inglés”.

Un viaje más fue a Guanajuato y Michoacán. Fue cuando visité por primera vez San Miguel de Allende, ciudad que después sería mi hogar definitivo. El itinerario fue el siguiente: San Miguel, Guanajuato, Morelia, Pátzcuaro y Uruapan. En cada viaje mi papá llevaba su buena cámara y tomaba miles de fotos, por lo que pocas veces salía él en ellas. La primera cámara que tuve, una Pentax, me la regaló él.

El 16 de septiembre, mi papá acostumbraba llevarnos al desfile de la Independencia, en su camioneta pick up amarilla de la SOP (Secretaría de Obras Públicas). Después tuvo un Datsun sedan, también amarillo, que llevaba pintado el logo de la SOP. Recuerdo también a sus choferes: Nacho, Pepe Cano y Miguel Ángel.

Otro recuerdo que tengo muy presente, es que, en 1975, mi papá y yo veíamos todos los domingos a las 9 de la noche, la teleserie Los bandidos de Río Frío, sentados en el sillón de la estancia de la televisión, de la casa de Satélite. Mientras esperábamos a que empezara, yo leía precisamente Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, novela en la que estaba basada la serie, pues siempre fui un obsesivo, y mi papá leía una novela de Luis Spota. Incluso hay una foto que nos tomó mi hermano Gerardo. Otra anécdota “literaria” con mi papá, era cuando me enseñaba “los cuentos del angelito”, Era una colección de cuentos que él tenía escondidos en su clóset que habían pertenecido a las tías Mayú y Lolis, que se llamaba Crónicas de Fabulandia, y de vez en cuando me las mostraba, cuando yo era aún más chico. Aún conservo esa colección.




Mi papá y yo, leyendo a Luis Spota y Los bandidos de Río Frío, respectivamente


Tres generaciones de Jesús Ibarra: Jesús Ibarra III, Jesús Ibarra IV y Jesús Ibarra V (yo).


Cuando la SOP se transformó en SAHOP, alrededor de 1975 o 1976, mi papá se convirtió en Jefe del Departamento Técnico de la Dirección General de Aeropuertos, y su oficina estaba en las calles de Chiapas y Tonalá. Fue el representante de la Dirección General de Aeropuertos en los diversos grupos de trabajo de las comisiones de precios unitarios y de especificaciones técnicas de la Subsecretaría de Obras Públicas de la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas. Tenía a su cargo actividades como coordinar los concursos de obra de la Dirección, así como revisar las propuestas para elaborar los dictámenes para su adjudicación; revisión de proyectos, elaboración de especificaciones y catálogos de conceptos y preparación de toda la documentación necesaria para la celebración de los concursos para obras en alrededor de cuarenta aeropuertos, en todo el país, tanto en pavimentación, como de instalaciones de combustibles, iluminación y ayudas visuales y edificios. Realizaba estudios de campo, de pruebas de cargas en pavimentos, de índices de perfil y coeficiente de Fricción, en los distintos aeropuertos. Supervisaba el control del presupuesto de la Dirección y todos los estudios básicos relacionados con la actividad aeroportuaria.



Por su puesto en la Dirección General de Aeropuertos, siempre que algún familiar llegaba de viaje, mi papá aparecía para recibirlo. Cuando mi abuela Sara llegó de su viaje a Japón, mi papá entró hasta la sala de llegadas a recibirla. Cuando a mi hermano Gerardo y a mí nos mandaron en 1977 a un campamento de verano en Kansas City – en contra de mi voluntad – mi papá entró con nosotros hasta la sala de abordar.


Mi papá con sus hijos: Gerardo, Jesús (yo, de pie) y Rodrigo.


Mi papá y su afición por la fotografía

A mis hermanos les dio por jugar futbol – deporte que yo siempre aborrecí – y entraron a jugar al Sporting de Satélite y después al Atlético Independiente. A pesar de que mi papá nunca fue fan del fútbol, los llevaba a jugar cada domingo y se convirtió en el fotógrafo oficial del equipo. Aún están en la casa de Satélite las miles de fotografías que tomó de mis hermanos jugando futbol.

Mi hermano Gerardo cuenta lo siguiente sobre su etapa de adolescencia:


"Una de las mejores anécdotas que recuerdo con mi padre, fue cuando tenía yo como 14- años y que ya me empezaba a gustar eso de la música y los equipos de sonido y ser DJ.

Me acuerdo que se acercaba Navidad y un día mi papá me dijo muy en secreto para que nadie escuchara y menos mi mamá… Se acercó y me dijo, ¿qué crees? Tengo unos amigos que me quieren hacer un regalo de Navidad pero me dan a escoger entre un Refrigerador y un equipo de sonido… que les digo? Jaja

Por supuesto mi respuesta fue EL EQUIPO DE SONIDO papá!! Y pues bueno, unos días después llegó un inmenso equipo de sonido que pusimos en casa.

Por supuesto un tiempo después que inicié mi negocio de Luz y Sonido, con ayuda de él, compramos un equipo más pequeño para la casa, y ese mismo equipo que le regalaron esa Navidad fue el primero que usé para mis fiestas.

Gracias Papá."


Mi papá con mis hermanos Rodrigo y Gerardo.

Pero la vida en familia no era feliz. Mis papás no se llevaban bien y las cosas entre ellos iban cada vez peor. Para 1979, cuando murió mi abuelita Emma, la situación había empeorado y para 1982 ya estaban divorciados. Por ese entonces mi papá había cambiado de trabajo y desde 1979 trabajaba en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, desempeñando los cargos de Director de Servicios Generales y Director de Tecnologías de Vivienda. Su oficina de entonces estaba en Avenida Constituyentes, cerca de la tercera sección del Bosque de Chapultepec.


Mi papá y su esposa Lilia García Angulo


Después del rompimiento con mi mamá, mi papá se casó con Lilia García Angulo el 17 de julio de 1982, unión de la cual nació mi hermana Daniela, el 21 de mayo de 1984. Un mes antes, el 5 de abril, había muerto mi abuelo, el ingeniero Jesús Ibarra Ruiz. Mi papá y Lilia vivían entonces en la colonia Las Flores, al sur de la Ciudad de México. Lilia tenía dos hijos, Eduardo y Axel, y mi papá se convirtió en la figura paterna para ellos. Años después, cuando Daniela tuvo a su hijo Diego, mi papá fue también la figura paterna para él. Mi papá fue siempre un gran padre. Él, Lilia y Daniela vivieron, primero en Las Flores, después se cambiaron a Villa Verdún, y finalmente se cambiaron a Satélite. También vivieron por un tiempo en Mexicali. De su estancia en Mexicali, mi hermano Rodrigo recuerda lo siguiente:


“Durante mi adolescencia pasé unas semanas con él y su familia en Mexicali; fuimos a cenar a un restaurante con los inversionistas de una gran obra, cómo olvidar la cara de mi papá cuando al intentar yo comer los caracoles que nos dieron, estos salían volando, literal, pues no tenía idea de cómo usar el cubierto especial; de los 5 caracoles, pude comer uno pues los 4 restantes acabaron en el piso. Mi papá ya no sabía si regañarme, meterse debajo de la mesa o mandarme en taxi a la casa.”


Mi papá, con Lilia, su hija Daniela, su hermano Beto y su cuñada Maru.


Mi papá y Lilia


Mi papá con Axel, Eduardo, Lilia y Daniela.


A partir de septiembre de 1985, mi papá dejó el sector gubernamental y entró a laborar al sector privado, ofreciendo sus servicios en las empresas Bace Construcciones, Diseño y Construcción Industrial y Dipro, Dirección de Proyectos, de la que, a partir de 1998, se convirtió en socio y director general.

Entre las obras que supervisó como director de DIPRO, están:

Coordinación y Supervisión de la Remodelación y Ampliación de diferentes secciones y terminales en varios aeropuertos del país, como el de Guadalajara, Cancún, Chetumal, Morelia, Campeche, Ciudad Obregón, Ciudad del Carmen, Guaymas, Puebla y Ciudad de México, entre otros.

Aerotren del Aeropuerto Internacional Benito Juárez, del cual llevó la gerencia técnica administrativa de su construcción en 2007, desde cimentación, apoyos, equipamiento, incluido control de calidad en Europa para su fabricación y hasta la puesta en operación definitiva.

Llevó la supervisión de obra de varias tiendas Wal-Mart al igual que diversos trabajos para el Sistema de Autopistas, Aeropuertos, Servicios Conexos y Auxiliares del Estado de México, Instituto Nacional de la Infraestructura Física Educativa, Instituto Mexicano del Transporte, Farmacias San Pablo y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, entre muchas otras instituciones, públicas y privadas.


Galería de fotos de mi papá en DIPRO


Cuando Rebeca, mi hija mayor, iba en kínder, las maestras, para celebrar el Día del Padre, quizás en el año 1998, le pidieron a mi esposa Alejandra que hiciera algo que me sorprendiera. Ella sabía que nada que ella hiciera me podía sorprender, pero pensó que si Rebeca cantaba una canción que nos gustaba mucho, que era “Deja que salga la luna”, me sorprendería. El festival sería en el Teatro Ángela Peralta, de San Miguel de Allende, en donde vivíamos desde 1993. Alejandra contrató a un trío local, llamados Los Peques. Sí me sorprendió cuando vi a Rebeca cantando acompañada del trío, pero le ganó la emoción y empezó a llorar y Alejandra tuvo que entrarle al quite. Pero lo que me sorprendió aún más, fue que cuando Alejandra y Rebeca terminaron de cantar, mi papá apareció en el escenario, leyendo un texto de un padre a su hijo que ya también es padre. Esa sí que fue una gran sorpresa.


Mi papá y yo




Alejandra lo había llamado y lo había invitado a ir. “Suegris, tiene que venir”, le había dicho, y él, como era su costumbre, respondió, “Déjame ver si puedo”. Pero, también como era su costumbre, sí vino. Había llegado desde un día antes a Querétaro y se había quedado en casa de mi tía Lupita (casada con mi tío Gabriel Cervera), quien le había ayudado a elegir el texto que iba a leer.

Mi papá estuvo siempre, sin fallar, en todas las presentaciones de mis libros, siempre social, siempre correcto y propio, lo recuerdo platicando con Diana Bracho, en la presentación de “Los Bracho, tres generaciones de cine mexicano”, y con Karina Duprez en la de “El jardinero de fantasmas, vida y obra de Carlos Ancira”. Años después, cuando Diana Bracho repuso su obra de teatro “Master Class”, y me regaló cuatro boletos para ir a verla. Fue por el tiempo en que mi suegra empezaba a estar enferma y Alejandra no pudo ir conmigo a ver la obra, por lo que fuimos Rebeca, Miguel su novio y con el cuarto boleto invité a mi papá. Como siempre, respondió “Déjame ver si puedo”, pero Lilia le dijo que tenía que ir, y como siempre acabó acompañándonos.

De esta etapa, mi hermano Rodrigo recuerda anécdotas de mi papá en su casa de Tequisquiapan, que vivieron él, su esposa Alejandra y su hija Karina:


“Como olvidar tantas anécdotas que vivimos Ale, Karina y yo, con toda la familia en Tequisquiapan, por cierto, no le agradaba que lo mojaran con la manguera como acostumbrábamos a hacer. Recordar me hizo caer en cuenta de la gran persona que era mi papá pues hizo todo lo posible para integrarme en un nuevo ciclo de su vida con su nueva familia y lo hizo de tal forma que sin darme cuenta la siento como mía también”


Lilia, su esposa, recuerda que las tarjetas que mi papá le mandaba, las firmaba sólo como “Yo”. También cuenta Lilia que a mi papá le encantaban los refrescos color rojo, como los “Jarritos” sabor tutti frutti. Lilia lo bromeaba: “En lugar del ingeniero pareces el albañil, con esos refrescos rojos.”

Los días 10 de mayo, cada año, mi papá se levantaba temprano y se iba por flores para Lilia y para Daniela.



Mi papá, Lilia y mi tía Lupita


En 2014, mi papá y Daniela tuvieron la oportunidad , gracias a un sorteo del banco, de viajar a Brasil para el mundial de futbol. Daniela recuerda la siguiente anécdota:

"¡Qué viaje tan divertido con mi papá!

Nos fuimos al mundial de futbol. Y desde que nos subimos al avión, fue toda una experiencia increíble. Con tanta gente que viajaba a Brasil para el mundial, había demasiados aviones en el espacio aéreo de Brasil, por lo tanto el avión en el que viajábamos tuvo que esperar en la pista del aeropuerto de Barranquilla, Colombia a que se despejara y pudiéramos continuar el viaje.

Fueron casi 3 horas de espera en el avión, a 30 grados centígrados, sin aire acondicionado y sin poder pararnos al baño. Mi papá por su problema de espalda tenía que pararse y caminar un poco. La puerta trasera del avión estaba abierta pero las sobrecargos no nos dejaban salir a la escalera a tomar un poco de aire que “por seguridad no estaba permitido”.

Mi papá con ese ingenio y su forma de ser tan peculiar, tan amable y tan “le caigo bien a todos” se acercó a una de las sobrecargos y empezó a platicar con ella. 10 minutos después, mi papá disfrutaba del aire fresco en la escalera, tomando un refresco frío que le ofrecieron y terminó platicando y haciendo amistad con el piloto. Fue a la única persona que dejaron hacer esto. Cuando regresó a su asiento, le pregunté que cómo le había hecho y solo me dijo : “¡pa’ que veas!” Y se empezó a reir.

Por fin pudimos continuar el viaje a Brasil.

Mi papá se divirtió como niño, gritando en los partidos, cantando en los autobuses de ida a los estadios, disfrutando la comida y el ambiente festivo de Brasil, tomando cerveza en el estadio ¡y claro que disfrutó ver a las brasileñas bailar zamba!

Papi, gracias, gracias, gracias por ese viaje que disfrutamos tanto tú y yo. Agradezco que me hayas dado la vida y que compartieras 36 años de esa vida conmigo. ¡Te amo! Y siempre me vas a hacer falta."


Mi papá y Daniela en el mundial de futbol en Brasil, 2014


En junio de 2018, invitamos a mi papá a San Miguel. En esa ocasión vinieron él, Lilia y Diego y se hospedaron en el hotel Casa Primavera. Al año siguiente, el viernes 26 de abril de 2019, me fui a Rusia con Rebeca. Viajaríamos en vuelos separados, pues yo volaba con puntos de American Express. Yo llegue a la 1pm a la terminal 2 del aeropuerto. Rebeca llegó a la terminal 1, por lo que no pudimos vernos. Nos reuniríamos en París, a donde pernoctaríamos, pare salir a Moscú al día siguiente. Dio la casualidad que ese mismo día Lilia y su amiga Teté viajaban a España, por lo que mi papá llegó con ellas a las cuatro de la tarde. Comí con ellos en Toks. Después de comer, Lilia y Teté entraron a la sala de abordar y mi papá se quedó conmigo un rato más.


Mi papá con mis hijas Rebeca y Lucía y yo, en la Fábrica La Aurora, San Miguel de Allende.


Mi papá, Lilia y Diego, en San Miguel de Allende.


A los pocos días de haber regresado de Rusia, tuvo lugar la fiesta que le organizamos a mi papá por sus ochenta años. Daniela fue la principal organizadora y nos convocó a todos. Tuvo lugar en un salón en Santa Cruz del Monte, muy cerca del Kipling, mi escuela. Acudieron todos sus hermanos, con sus respectivas esposas (excepto mi tía Male, esposa de mi tío Jorge), pero por ahí estuvieron mi tío Beto y mi tía Maru, mi tía Lupita (mi tío Gabriel ya había fallecido) y mi tío Javier y su esposa Car. Estuvieron también varios amigos de mi papá, como José Piña y su esposa Chacha, así como mi tía Yolanda Ibarra González (prima hermana de mi papá). Jamás imaginamos que esa sería la última ocasión en que se reunirían los cinco hermanos.


Galería de fotos de la fiesta por los 80 años de mi papá (sábado 16 de mayo de 2019)

1. Mi papá; 2. Mi papá y Lilia; 3. mi papá y sus hermanos Beto, Javier, Lupita y Jorge; 4. Mi papá y sus hijos (Jesús (yo); Rodrigo, Gerardo y Daniela). 5. Mi papá y sus nietos: Karina (hija de Rodrigo), Lucía y Rebeca (mis hijas), Diego (hijo de Daniela); Gerardo y Sara Gabriela (hijos de Gerardo). 6. Mi papá y sus nueras: Gabriela (esposa de Gerardo); Alejandra (mi esposa); Alejandra (esposa de Rodrigo). 7. Mi papá y sus hijos: Eduardo, Jesús(yo), Rodrigo, Daniela y Gerardo. 8. Mi papá con Eduardo, Gerardo, Lilia, Daniela, Jesús (yo), y Rodrigo; 9. Mi papá y Lilia con sus hermanos y cuñadas: Maru y Beto; Javier y Carmen; Lupita, Jorge. 10. Mi papá con su prima Yolanda y hermana Lupita; 11. Mi papá y sus hermanos; 12. Mi papá y su amigo Pepe Piña.


Poco después de la comida, mi papá volvió a San Miguel de Allende; esta vez vino con Daniela y Diego y también vinieron mi hermano Gerardo, su esposa Gabriela y sus hijos Sarita y Gerardo. La pasamos muy bien. Cenamos en un restaurante a un costado de la Parroquia y pudimos contemplar la fachada de la Parroquia iluminada. Nos tomamos muchas fotos y estuvimos muy a gusto.


Mi papá con sus nietos Gerardo, Sara Gabriela, Rebeca y Lucía. (foto Gerardo Ibarra)



Gabriela, Gerardo Jr. Sara Gabriela, Daniela, mi papá, Alejandra, Lucía, Rebeca y yo. San Miguel de Allende. (foto Gerardo Ibarra)


Caminado por San Miguel de Allende. (foto Gerardo Ibarra)


Desde mi viaje a Rusia, mi papá estaba intrigado de cómo le hacía Alejandra para aplicar los puntos de American Express en viajes. Así es que mi esposa le explicó cómo hacerle y lo convenció sin gran dificultad de que se fuera con Lilia, Daniela y Diego a pasar la Navidad de 2019 a París y así lo hicieron. Visitaron además otros países. Nadie imaginamos que sería el último viaje, pues dos meses después el mundo viviría una de las grandes tragedias de la humanidad y un año después, nosotros mismos viviríamos una tragedia muy personal.


Mi papá en un viaje que hizo a Marruecos, para visitar a Adil, el papá de Diego; foto 1. mi papá con una cobra; foto 2. mi papá con Diego y su abuelo.



Galería de fotos del viaje de mi papá a Europa, con Lilia, Daniela y Diego (diciembre, 2019)


El 18 de diciembre de 2019, unos días antes de que mi papá viajara a Francia, en China, un hombre de 65 años, que trabajaba como repartidor del Mercado Mayorista de Mariscos del Sur de China, en la ciudad de Wuhan, acudió a urgencias del Hospital Central de Wuhan aquejado de fiebre alta. El 22 de diciembre el paciente empeoró; el diagnóstico era neumonía de origen desconocido. El 24 de diciembre se le extrajeron muestras que fueron enviadas a Guangzhou Weiyuan Gene Technology Co. Ltd., compañía especializada en oncología y etiología infecciosa. El 27 de diciembre, el hospital recibió respuesta telefónica de Weiyuan Gene en la que se les comunicaba que en la muestra se había detectado un nuevo coronavirus. En los últimos días de diciembre, al menos, se recogieron muestras de cinco pacientes con neumonía severa. Estos contagios se detectaron en el Mercado Mayorista de Mariscos, al sur de la ciudad. En la primera semana de enero se identificó como causante de la enfermedad desconocida a un nuevo coronavirus, al que se denominó COVID-19.

El 9 de febrero de 2020, una comisión internacional de la OMS enviada a China para investigar los orígenes de la pandemia in situ, concluyó que el foco inicial fue el que se había determinado desde un principio, el mercado mayorista de Wuhan, sin poder determinar cómo llegó a él el virus.

El Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció el 11 de marzo de 2020 que la nueva enfermedad por el coronavirus 2019 (COVID-19) podía caracterizarse como una pandemia y poco a poco, empezó a extenderse como una plaga por todo el mundo, empezando por Italia y por España, tal y como indicaba la profecía – atribuida por muchos a Nostradamus y asegurada por otros como falsa: Habrá un año gemelo (2020) del que surgirá una reina (corona-virus) que vendrá del oriente (China) y que propagará una plaga (virus) en la oscuridad la noche, en un país con 7 colinas (Italia), y transformará el crepúsculo de los hombres en polvo (muerte), para destruir y arruinar el mundo.

El primer caso de COVID-19 en México se detectó el 27 de febrero de 2020. El viernes 13 de marzo, México se preparaba para un fin de semana largo, pues el día festivo del 21 de marzo –natalicios de Benito Juárez – se recorría al lunes 16 para hacer puente. El martes 17 de marzo nadie regresó ni a clases ni a las oficinas. Se había declarado la pandemia en México. Los estudiantes empezaron clases en línea; las escuelas implementaron el uso de plataformas digitales y todas las clases empezaron a ser a distancia. En las empresas, todos empezaron a trabajar desde sus casas. Los medios de comunicación empezaron a bombardear con recomendaciones para que la gente no saliera a la calle, para que se quedara en casa. Y quien tenía que salir, debía hacerlo con cubrebocas. En San Miguel de Allende las calles estaban vacías, los negocios cerrados, el Jardín Principal, el Parque Juárez y el nuevo Parque Zeferino Gutiérrez se cerraron al público.

En todo México los hospitales empezaron a saturarse de personas contagiadas de COVID-19. Para el 30 de abril, el número de pacientes aumentó exponencialmente, alcanzando un total de 19,224 casos confirmados y 1.859 (9,67%) fallecidos. Mi hija Rebeca, que desde que terminó la preparatoria se había ido a estudiar la carrera a la Ciudad de México, y que ya tenía varios años trabajando, llegó a San Miguel a trabajar desde casa, lo cual fue una gran alegría para nosotros – la única que trajo la pandemia.

Todos esperábamos que la pandemia durara tres o cuatro meses y pensábamos que para junio estaríamos libres, pero no fue así. La gente no entendió que debía quedarse en casa, que si salía debía de hacerlo protegido, usando cubrebocas, lavarse las manos y desinfectarse. Para diciembre, los contagios y las muertes habían aumentado. Poco antes de Navidad, supimos que mi hermana Daniela había dado positivo a la prueba del COVID-19. Después Lilia también dio positivo. Ninguna de las dos había presentado fuertes síntomas, más que un tremendo cansancio. Diego también dio positivo, sin síntoma alguno. El 25 de diciembre, mi papá, por teléfono, me dijo que él había dado positivo a COVID-19, pero no tenía ningún síntoma. A partir de entonces, empecé a llamarle dos veces al día preguntando como estaba. Pasaban los días y él seguía sintiéndose bien. Se deprimió un poco cuando supo que su hermano Jorge tenía también COVID-19 y estaba internado en un hospital de Villahermosa.

Todo sobrevino el 1 de enero. Daniela nos avisó que la oxigenación se le había bajado drásticamente a mi papá. Fueron horas de mucha angustia. Llamadas cada hora para saber si progresaba su oxigenación. Daniela, Gerardo y Rodrigo se movieron para conseguir oxígeno y el tratamiento médico indicado. Y nosotros aquí, en San Miguel de Allende, esperando noticias y orando.

Durante los siguientes 17 días, parecía que mi papá iba progresando. Le contrataron enfermeros, pues no quiso hospitalizarse, además de que los hospitales estaban saturados. Su oxigenación se mantenía estable. Yo llamaba a Daniela todos los días, sin tratar de importunar, pues sabía por lo que ella y Lilia estaban pasando. A veces, cuando él estaba de ánimo y no muy agitado, tuvimos video-llamadas. Se le notaba de buen ánimo, aunque demacrado. Hasta llegó a decir alguna de sus bromas acostumbradas. Daniela comentó inclusive que ya pedía sus quesadillas.

Sin embargo, en la mañana del 17 de enero de 2021, Daniela nos puso en video-conferencia a Gerardo y a mí. Mi papá había sufrido de nuevo una baja drástica de oxigenación. “Si quieren, vengan a verlo, para que le den ánimos, está muy decaído”- nos dijo. Entre la espada y la pared: la pandemia y el contagio contra ver a mi papá. En conjunto con Alejandra y Rebeca, decidí que iría a verlo. Pero Alejandra pensó que no me podía ir sólo, nervioso, manejando tres horas hasta México, así es que consiguió un coche rentado, con chofer. Salí a la una de la tarde de aquel fatídico domingo. Llevaba yo todas las medidas de precaución: cubrebocas, careta y una muda de ropa para cambiarme al salir de ver a mi papá y no poner en riesgo al chofer cuando me trajera de regreso a San Miguel, ni tampoco a Alejandra y a las niñas al llegar a la casa. Cerca de las tres de la tarde, a la mitad del camino, me habló Rebeca, para decirme que mi papá, el ingeniero Jesús Ibarra Vergara, acababa de fallecer.

No llegué a verlo. El chofer, un joven de 22 años, viendo mi angustia, trató de ir más rápido y llegando a la Ciudad de México, subió al segundo piso del Periférico, a la altura de Cuautitlán. Había lloviznado y el pavimento estaba mojado, por lo que, al tomar una curva, se derrapó el coche, el chofer perdió el control y se fue a estrellar contra la barra de contención. El coche quedó inservible, pero ni a mí ni al chofer nos pasó nada. Le avisé a Rodrigo, quien mandó al chofer de mi papá a recogerme. El pobre e inexperto chofer se quedó sólo tratando de contactar al seguro, para lo que lo auxilió por teléfono Alejandra, que es agente de seguros.

Llegué a casa de mi papá. Subí a verlo, ahí tendido, con una venda alrededor de su cara. No pude contener las lágrimas y sollocé. Mentalmente le dije algunas palabras de despedida. Después, me retiré y con todas las precauciones, llegué a pernoctar a casa de mi mamá, a quien, por prevención, no le permití que se me acercara. Al otro día, Miguel, el novio de Rebeca, pasó por mí y me trajo de regreso a San Miguel.


Mi hermano Rodrigo escribió lo siguiente para mi papá:

"Al final este es la mejor anécdota que puedo contar: estuvimos juntos por mucho tiempo, vivimos muchas experiencias juntos y las grandes lecciones de vida que me dejó; gracias Dios de que pude estar con él y hasta su último suspiro. Gracias papá, eres un tipazo!!!!

Eduardo y Axel escribieron esto:

"Papá

Vives en nosotros, como estando entre sueños.

Vives con nosotros como estando despiertos.

Te extraño mucho.

Gracias por estar en mi vida.

Te quiero por siempre. Eduardo"


"Papá nunca tendré vida suficiente para agradecerte todo lo que has hecho por mi, lo paciente que fuiste con migo, el amor que tuviste con todos nosotros. Siempre demostraste Una gran dedicación y esfuerzo para sacar adelante a toda tu familia sin distinciones. Te prometo que nunca te olvidaré y tampoco dejaré de pensar en ti... gracias te quiero muchísimo. Axel"


Mi hija Rebeca escribió esto para su abuelo:

"Fui la primera en llamarte abuelo y hoy no te puedo llamar. No me pasó por la cabeza que nuestra última video-llamada fuera a ser justo eso, la última. Nunca me imaginé que la pandemia fuera a arrebatarnos a alguien. Jamás pensé que tú te pudieras ir. No te pudimos despedir como nos hubiera gustado o como te merecías, pero siempre te llevaremos en el corazón. Y siempre te veré en mi papá. Adiós abuelo."




La vida de los que se van perdura en la memoria de los nos quedamos

Muero porque no muero.

Vivo sin vivir en mí

y tan alta vida espero

que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí

después que muero de amor,

porque vivo en el Señor,

que me quiso para sí;

cuando el corazón le di

puso en mí este letrero:

<<Que muero porque no muero.>>

Teresa de Jesús.


De Lilia para mi papá:

"Quisiera decir tantas cosas...Solo voy a recordar lo felices que fuimos y doy gracias a Dios y a la vida de haber compartido 40 años al lado de un hombre extraordinariamente honesto, leal, paciente y un excelente Padre.

Gracias por tu sensibilidad y entrega .

Día a día pienso en todas las cosas que vivimos juntos. Siempre te llevare en mi corazón amado esposo.

Lilia".


Obituario a mi papá por mi hermano Gerardo:

Video creado por mi sobrina Sara Gabriela, con mi hermano Gerardo cantando para mi papá.







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